Esta semana en las historias he estado hablando del miedo. Esa emoción para muchos molesta y que en ocasiones a las madres nos cuesta aceptar cuando la vivimos, pero más aún cuando vemos que los que la viven son nuestros hijos.

Grabémonos esto en la piel: a mi hija/o no la/o definen sus sentimientos, lo que siente son solo eso, sentimientos que llegan y se van.

¿Por qué te digo esto?

Porque como madres en ocasiones no vemos la diferencia entre lo que nuestros hijos SON y lo que nuestros hijos SIENTEN. Cuando nuestros hijos pasan por un estado de ánimo como por ejemplo nerviosismo porque quizá deben presentar un examen o tristeza porque lo han suspendido, solemos decirle: “es que seguramente te ha pasado eso porque ERES muy nervioso”, o “es que como ERES un niño tan temeroso por eso NO ERES capaz de pensar bien cuando estás en un examen” o algunas veces también hacemos comentarios como “mi niña/o mayor es más extrovertido pero el segundo es más miedoso”.

El problema con esas cosas que decimos sobre nuestros hijos es que pueden percibir el sentirse con miedo a definirse como miedosos. Por ejemplo en lugar de decir “me siento nervioso” que es un sentimiento que todos sentimos, empezará a decir “yo soy un miedoso” y la verdad es que entre sentir miedo y ser un miedoso hay una diferencia muy grande. Lo triste es que ellos se creen esto y empiezan a definir su personalidad basándose en esas creencias y sobre sus emociones temporales.

Y eso mismo pasa con el enfado “yo soy pegón” con la tristeza “yo soy muy llorona” con la frustración “yo soy muy pesada” “yo soy irresponsable”… y no pasaría nada si eso quedara en una anécdota pero lo que de verdad ocurre es que eso que el niño/a dice de sí mismo con 3 años lo seguirá pensando cuando tenga 30 años también.

Me encanta lo que dice Laura Gutman respecto a esto en su libro sobre el discurso materno :

“Lo que encierra a cada niño dentro de un personaje cualquiera, y lo obliga a jugar hasta el final de sus días dicho personaje, es la palabra del adulto. Es el adulto quien le da nombre al niño, le da una identidad”.

Milena González, Una mamá psicóloga

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